lunes, 6 de abril de 2009

Óscar de viaje: París y la Baja Normandía

Hace un par de findes, el suertudo de Óscar se fue a un pedazo de viaje con ungos...pero será mejor que os lo cuenten ellos. Pinchad en las fotos para verlas a todo lujo.

Texto y fotos: Lucía y Jesús

Como decía Hemingway, París nunca se acaba”, y qué razón tenía, porque por más que andábamos acompañando a Óscar en su viaje a la ciudad del amor no terminamos de visitar esta bella ciudad. Llegamos al Campo de Marte, hacía frío, pero Óscar se empeñó en subir a la Torre Eiffel, le fascinaban las luces que iluminaban esta magnifica torre construida entre 1887 y 1889 por Gustave Eiffel para la exposición universal que conmemoraba el centenario de la Revolución Francesa, realizada en una estructura metálica y con una altura de 324 m. Lástima que por el viento no estaba utilizable la 3ª planta y tuvo que contentarse con la vista de Paris de noche desde la 2ª. La vio de noche y volvió de día, fascinaba igual.


Comenzó su recorrido por Notre Dame, buscó y buscó a Cuasimodo, pero se conformo con las gárgolas y con admirar esta esplendorosa muestra de arte gótico, que tardaron 200 años en construirla. Desde su torre se ven todas las vistas que inmortalizaba Victor Hugo en su novela.


Paseó por la orilla del Sena, hasta llegar al Museo D´Orsay, no podía irse sin ver a los impresionistas, y vaya si se culturizó, que aprendió de arte un montón, y se hizo fotos con las obras de sus pintores favoritos, Gauguin, Van Gogh, Renoir…; salió encantado de ver la más prestigiosa colección de arte de 1848 a 1914.


Tanto arte le dio hambre, y se sentó a comer brioche en el jardín de las Tullerias, viendo pasar a las parisinas con boinas y faldas cortas de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, y al fondo vislumbró en estas idas y venidas, a un lado el Louvre, residencia del regente de Francia durante cinco siglos, hasta la revolución francesa, que se convierte en museo, y al otro la Plaza de la Concordia con su obelisco y detrás los Campos Elíseos, donde se amontonaba la gente entre sus tiendas y terrazas. Allí es donde Óscar por primera vez probó el café parisino, muy aguado para su gusto y muy caro para el nuestro. Coronando esta gran avenida estaba el Arco del Triunfo, símbolo de la época napoleónica que ofrece una panorámica general de la zona.


A la noche subimos al Sacre-Coeur y al Montmartre, barrio de artistas y bohemios con un encanto especial. Paseando por entre sus calles llegamos al Molino Rojo, antro de lujuria y perversión, de donde Óscar salio sonriendo.


El sábado nos pusimos en marcha y, tras ver el museo Rodin, fuimos en tren a la baja Normandía, a una fiesta de cumpleaños e inicio del solsticio de la primavera. Comimos, bebimos, hicimos amigos, andamos por sus bosques y bailamos en torno a una gran hoguera, donde quemaron un dragón que la barriga la tenia llena de mensajes de buenos augurios.


Fuimos a un templo budista, estaba escondido entre la naturaleza, allí se iba a construir la

escuela budista más grande de Europa, se respiraba mucha tranquilidad, y con esta sensación de bienestar acabó el fin de semana. Volvimos de nuevo a Paris, que todavía quedaba por aprovechar el último día en los Jardines de Luxemburgo, en el Barrio Latino, y pasear por los alrededores del Museo Pompidou, el Hotel de la Villa, La Bastilla y el Pantheon.


Casi perdemos el avión por comer crepes y comprar quesos, pero llegamos a tiempo gracias a su veloz metro. A Óscar le cacheó la policía en el aeropuerto, no se fiaban de dejarle pasar con una lata amarilla en la mano, gracias a su encanto no le dieron importancia y subió al avión rumbo a Madrid, cansado y satisfecho, con un nuevo viaje a sus espaldas.


P.D. Ya de paso, aprovechó el viaje para hacer turismo por Madrid, y conocer los entresijos del Teatro de la Comedia en Madrid.

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